(…) Mi nombre. Mi nombre ha sido olvidado, perdido hace mucho tiempo atrás, cuando el universo era joven y virgen. ¿Siglos? ¿Milenios? ¿Eones? ¿Cuánto tiempo ha transcurrido? He vagado por los fríos yermos hasta llegar a la onírica Kadath; he vislumbrado la gloria de Celephais y la magia de Ulthar; recorrí la mítica ciudad templo de Ur y visité la etérea ciudad de Leng. He viajado por la majestuosidad del basto cosmos recorriendo una infinidad de esferas, estrellas y constelaciones, buscando la verdad absoluta... la magia absoluta. Viajé junto a Yog-Sothoth por innumerables dimensiones y universos. Desafié la locura del sultán demoniaco Azathoth, el dios ciego e idiota que flota suspendido en la galaxia en su trono de éter cósmico, rodeado de obscenas entidades que tocan melodías orgiásticas e intoxicantes. Viajé más allá del limbo y descendí al planeta negro, cuya ciudad de titánicas proporciones construida en basalto y con ángulos desafiantes y enfermizos en donde alberga el caos reptante Nyarlathotep, con quien dialogué largos ciclos cósmicos sobre ciencias ocultas y saberes prohibidos. Descendí como un cometa hacia abismos inconmensurables de negrura espacial y caminé por pétreas y musgosas sendas sin ángulos, en la majestuosa R'lyeh, donde transcurrieron centurias intercambiando pensamientos con el mítico y amorfo Cthulhu... de quien aprendí los misterios más recónditos que albergan los sueños de los hombres.