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La brujería en el País Vasco

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Buscaglia
31-10-2012 18:37

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Quizá sea una cuestión muy colateral (aunque creo recordar que Lovecraft alguna vez cita el "Malleus Malificarum" o el "vinum sabathi") pero inicio un hilo sobre la brujería en el País Vasco basado en un artículo que escribí hace años para la revista Historia 16.

La brujería vasca: modernas interpretaciones para una vieja cuestión

La brujería es un fenómeno universal. Al hablar de brujería nos referimos a las tradiciones locales, continuas, que creen en la existencia de algunas personas – individuos marginados como ancianas solitarias, viudas o mendigos - con poderes maléficos, pero que carecen de una cobertura mitológica de importancia y en las que el pacto con el demonio no es necesario. También existe la brujomanía, un estallido de corta duración – no suele pasar de los dos años -, discontinuo, ajeno a la cultura local, en la que lo esencial reside en el pacto entre el diablo y cualquier miembro de la comunidad. La principal manifestación de la brujomanía es la caza de brujas.

La persecución de la brujería fue un fenómeno poco importante en la Península Ibérica. Aunque parezca un poco brutal establecer un ranking europeo de quema de brujas, esa es la mejor forma de conocer la incidencia real de los hechos. Considerando el período comprendido entre los siglos XVI y XVIII, en un primer puesto muy destacado encontramos a Suiza, donde las ejecuciones llegaron a 4 por cada mil habitantes. Una segunda categoría engloba a la mayor parte de los países, con índices que fluctúan entre el 0´5 0/00 de Austria al 0´2 0/00 francés. España y Portugal – según la Leyenda Negra paradigmas de fanatismo, brutalidad, oscurantismo y atraso apostólico romano – cerrarían la lista con valores inferiores al 0´037 0/00. Pero uno de los reinos de la Monarquía Hispana sí se acerca a la media europea. En Navarra, con una población de no más de 150.000 habitantes, los brujos ajusticiados pasaron del centenar. También en Guipúzcoa a inicios del XVII el miedo a las brujas era general. ¿Cómo se puede interpretar esta brujomanía en Vasconia a inicios de la Edad Moderna?

Los hechos

En la Alta Navarra – al sur de los Pirineos – el primer caso documentado de brujería data de 1300. Por esas fechas una judía de Estella, afamada de realizar sorcerías e incantaciones, fue condenada a pagar 60 sueldos de multa. En 1332 quemaron en Los Arcos a una leprosa y a una judía acusadas de sacrificar a una criatura para sacarle el corazón. La primera referencia de brujería en Baja Navarra – al norte de los Pirineos – es de 1329, cuando cinco mujeres sufrieron la pena de la hoguera por emponzoñar a la gente y hacer maleficios. Alguna de las acusadas era de raza agote (1). Los juicios se repitieron los años siguientes, aunque varias procesadas se salvaron porque, habiendo dudas de su culpabilidad, superaron la prueba prevista en el Fuero General de Navarra. Sostuvieron con las manos desnudas un hierro al rojo sin sufrir daño, lo que sí parece – a nuestros ojos del siglo XXI - cosa de brujería. Estos juicios eran poco habituales, recaían en marginados - mujeres y hombres de grupos perseguidos - y suponían una válvula de escape para las tensiones de la comunidad. Como fenómenos sociales estaban estrechamente emparentados con los progromos y las revueltas populares. Los oficiales reales intentaban restringir los procesos. En 1429 el concejo de Cinco Villas prendió por su cuenta a un hombre acusado de brujo, que fue a la pira. El municipio fue castigado con una multa de 450 libras. Pero este modelo de relación con la brujería tenía los días contados.

La lectura del Malleus Malificarum – El Martillo de Brujas, publicado en 1487 - y su transmisión oral afectaron al raciocinio de amplios grupos de la sociedad. La tesis medieval hasta entonces en boga consideraba que Satanás se relacionaba con el hombre mediante la posesión. En consecuencia, un acólito del demonio no era por lo general culpable, sino un enfermo moral candidato al exorcismo. Pero el Malleus defendía que, aún tentando a todo el mundo, Lucifer sólo tenía poder sobre aquel que se le entregaba voluntariamente. Por consiguiente, el brujo no era ya un ser débil y excusable, sino un criminal al que se debía perseguir y quemar (2). Esta peregrina idea se fue imponiendo en la Europa que salía de la oscuridad medieval.

La primera gran caza de brujas se produjo poco antes de la anexión del reino a Castilla, el año 1507. La segunda gran razzia se fechó entre enero y agosto de 1525. La dirigió, en nombre de un Consejo Real que se reservaba la última palabra, el licenciado Balanza, un noble beamontés (3) natural de Unzue. Salió de Pamplona con una reducida escolta: el secretario del Consejo Real Martín de Vergara, los ujieres Díaz de Temiño y Johan de Ilzarbe, el capellán Sancho de Iráizoz, el verdugo Pierres de Urlians y un grupo de soldados. En total, 25 hombres. Antes de partir se habían asegurado la asistencia divina pagando un centenar de misas en diversos monasterios de Pamplona. En medio de temporales de agua y nieve, por sendas incómodas, se dirigieron a inquirir de los bruxos y bruxas de la Valle de Roncal y Sarasaz y ejecutar y erradicar el mal que hacian. Tenían poderes para incautarse de los bienes de los brujos culpados y venderlos para financiar los costes de la expedición. La encuesta alcanzó a un centenar de personas, siendo cincuenta los encarcelados. Los encausados, que a menudo tenían antecedentes familiares de brujería, adoraban a un gato negro o a un cabrón, se untaban con ungüento el pie derecho, la rodilla, el pecho, la mejilla y la palma de la mano izquierda, se transformaban en caballos para ir al conventículo, se entregaban a danzas y orgías nocturnas - a veces en lugares tan poco apartados como la plaza pública de Ochagavía -, se iluminaban con antorchas fabricadas con brazos, no recibían los sacramentos y prestaban obediencia ciega al demonio. Sus principales crímenes consistían en el asesinato de vecinos valiéndose de un potage verde compuesto de sapos muertos y desollados encima de las brasas y coraçon de niños y en sustituir el agua bendita de las pilas de la iglesias. Entre las acusadas había algunas sororas, beatas cuya ocupación era guardar determinadas ermitas. El proceso lo iniciaban niños o muchachas que acusaban a las bruxas que les hacían renegar de Dios, de Santa María y de todos los santos, del genollo de su padre y de la teta de su madre.

A mayor ejemplo y para escarnio del Maléfico, se fue quemando a los condenados en sus pueblos: Burguete, Aoiz y Ezcároz. La ejecución en Burguete de cuatro mujeres y un hombre fue un acontecimiento muy comentado. Como era julio y se eligió un día de feria, acudió a presenciarlo gente de toda Navarra. Los brujos ajusticiados rondaron los cuarenta. Sus familias quedaron en la indigencia pues confiscaron todos sus bienes. Satanás no era muy generoso con sus acólitos, a decir de los inventarios. Una familia tipo de brujos poseía 13 sábanas, 5 manteles, 8 cabezales, 2 tocas de mujer, una zamarra de cuero, un capote, 2 sayas, 24 medidas de trigo y avena, una yegua, una puerca, cinco vacas, dos novillos y una veintena de ovejas. Balanza obtuvo 1400 ducados de los bienes incautados, siendo sus gastos de 1100. Ese invierno el licenciado pasó a Baja Navarra con funciones militares porque los destronados Labrit habían levantado la región.

Simultáneamente en el valle del Bidasoa se realizaba otro gran proceso con resultados muy diferentes. Detuvieron a más de 400 sospechosos y una experta en la materia – Graciana, nieta de una bruja quemada años atrás - les examinó el ojo izquierdo, donde el demonio establecía su marca. Encontró doce posibles brujas a las que se aplicó tormento, pero las acusadas tuvieron la suficiente entereza y sangre fría para hacer profesión de fe en medio de las torturas: Creemos bien y verdaderamente en Dios, nuestro Redentor y Salvador, y como tales de continuo hemos continuado e ido a la iglesia, con pensamiento de seguir a nuestro Dios. Quizá el conocimiento de lo sucedido en Burguete fortaleció su voluntad de resistir. El Consejo Real las absolvió, aunque los acusados debieron contribuir al pago de las costas.

En 1527 los regidores de Pamplona recibieron a dos niños, de 9 y 11 años, que afirmaron ser brujos y se ofrecieron a reconocer a sus congéneres mirándoles a los ojos. El inquisidor Avellaneda salió con ellos y 50 soldados, apresando a 400 brujos en Salazar, Roncal y Améscoa. En su relación Avellaneda afirmó que el diablo en persona intentó matarle, fracasando aparentemente. En 1532 se produjo otro gran proceso. Los brujos fueron concentrados en Aoiz, desde donde pasaron a las mazmorras de la Inquisición en Calahorra. En 1539 acusaron al mismo alcalde del valle de Salazar, Lope de Esparza, el hidalgo más destacado de la zona. La cosa estaba yendo demasiado lejos y algunos religiosos, como el abad de Isaba, no se recataban en sus sermones, predicando que no creyesen que había brujas ni brujos, porque no los había, sino que el Diablo les hacía decir a algunos que había brujos, y que no sabían lo que se decían ni les debían dar crédito. La doctrina oficial era que las brujas existían, que si mostraban arrepentimiento había que tratarlas con amor y permitir su vuelta al seno de la Iglesia, previa confiscación de bienes e imponiéndoles penitencia pública y una señal manifiesta durante cierto tiempo. El sentir popular consideraba que la Iglesia tenía parte de responsabilidad en lo que pasaba y las Cortes en 1536 declararon que las iglesias han sido y son muy mal regidas y gobernadas, y han sucedido algunos errores, como son los de las brujas y otros.

Parecía que la caza iba a remitir, pero no fue así. Las noticias procedentes de Francia creaban un estado de opinión favorable a nuevos procesos Era de dominio común que las brujas campaban a sus anchas en el Labourd y la Baja Navarra, desde donde todas las noches cruzaban la frontera. Un aforismo en vascuence certificaba esta convicción: Sorginkeria, Miarritzeko (Para brujerías, los de Biarriz). Cuando en 1607, en una noche oscura y tormentosa, la escuadra de Antonio de Oquendo naufragó frente a Biarriz y se ahogaron 800 hombres, se percibió en la catástrofe la mano de las maléficas de la región. Todo estaba preparado para el acto final. En 1608 llegó desde Francia una tal María al municipio navarro de Zugarramurdi para servir como criada. Inmediatamente surgieron los rumores. Acusada de bruja, confesó e indicó que en Zugarramurdi había un aquelarre frecuentado por los vecinos. Los ánimos se excitaron y se formó una guardia que entró en las casas buscando sapos y otras pruebas incriminatorias. El abad de Urdax terció en el asunto e inició sus pesquisas. No había pasado un mes de la llegada de María.

Los acusados fueron 250, principalmente campesinos y pastores. Sus crímenes consistían en 18 infanticidios, 15 homicidios y daños múltiples en enseres, animales y cosechas. El estilo de las acusaciones era tan ingenuo que traslucía perfectamente las habituales rencillas vecinales que había detrás: La bruja mató a mi hijo porque me acusaba de haber sido un mal intermediario en una venta en el mercado... Mató a mi vaca porque le acusé de robarme una gallina y, cuando reapareció con un polluelo, no le pedí perdón... Mató a mi esposa porque mi piara de cerdos entró en su huerta y se comieron las manzanas que guardaba para hacer sidra... El proceso se llevó en Logroño, sede del tribunal del Santo Oficio. En 1610 se desarrolló el auto de fe. Quemaron a los brujos en persona o en efigie, ante un público histérico de miles de personas. Era el momento de que todo volviera a la calma.

Pero no fue así. La oleada de franciscanos y jesuitas que habían subido a la montaña para expulsar a los brujos había creado un fenómeno de terror colectivo. Los niños tenían pesadillas, el agua bendita y las reliquias perdieron su poder protector, los seguidores del demonio salían en cuanto se ponía el sol... Infantes y adolescentes proporcionaban listados interminables de brujos. Desde las remotas localidades de Zugarramurdi y Urdax, la plaga bajó por los valles pirenaicos: en Echalar había 82 brujos, los adoradores de Satanás eran 200 en Vera del Bidasoa, 230 vecinos de Lesaca llevaban la marca del diablo y en Yanci los maléficos pasaban de 80. Pronto la epidemia llegó a Guipúzcoa: 162 casos en Fuenterrabía, 84 en Rentería, 41 en San Sebastián... A los acusados, sus vecinos les dejaban con los pies sumergidos en agua helada y al raso hasta que confesaban. En otras ocasiones utilizaron el hierro al rojo o los tuvieron andando calle arriba y calle abajo hasta que reconocieron su pacto infernal. Tras ello los entregaron a la Inquisición.

En 1611, los acusados pasaban de 2000 y los confesos, de 300. La persecución al otro lado de la frontera era aún mayor debido a la saña del juez Pierres de Lancre. En algunos pueblos los procesados alcanzaban el 60% del vecindario. En su mayoría mujeres (73%), pero cada vez había más varones. Ya nadie estaba seguro. Los primeros en caer habían sido los extranjeros, la gente de sangre poco limpia, aquellos que tenían antecedentes familiares de brujería, las personas de mal vivir y los bocazas que no respetaban a las familias principales. Pero cuando pusieron los grilletes a estos desgraciados el proceso no se detuvo. Los hijos acusaban a sus padres, los maridos a sus esposas. Ni los sacerdotes ni los poderosos se libraban. La brujomanía cobraba tal volumen que amenazaba con subvertir el orden social. Parecía que toda la frontera occidental iba a caer en el caos. Todavía más grave, si este estado de cosas hacía presa en Guipúzcoa y Vizcaya, ¿quién construiría la flota y marinearía los barcos de la monarquía? Era el momento de que volviese la calma. La caza de brujas debía remitir, pues proseguirla destruiría la sociedad. El inquisidor Alonso de Salazar sugirió que el Santo Oficio se estaba equivocando y que los procesos creaban nuevas brujas donde no las había. Resultaba lógico que una institución medieval como la Inquisición fuese la primera en volver a la incredulidad, porque en los estados más modernos y avanzados la quema prosiguió hasta bien entrado el siglo XVIII. En España, a partir de 1620 no se produjeron nuevas persecuciones.

La brujería vasca. Un intento de interpretación

A lo largo de la segunda mitad del siglo XX muchas corrientes ideológicas ofrecieron su interpretación del fenómeno de la brujería vasca. Los marxistas quisieron ver en el culto al diablo una rebelión de las clases oprimidas por el feudalismo y en la misa negra, la parodia del ceremonial católico. Para cierto nacionalismo vasco se trataría de una sana reacción cultural frente al opresivo centralismo castellano, acallada por la represión del Santo Oficio, precursor de organismos como el Tribunal del Orden Público franquista o la actual Audiencia Nacional. Las feministas interpretaron que lo que realmente se perseguía era la libre sexualidad de las mujeres frente al castrante modelo patriarcal, con la figura de la curandera y el control de la natalidad como elementos a batir por los inquisidores. La persecución de la bruja era la persecución de la lujuria y esto constituía el punto crucial de los procesos. La idea de que sólo el demonio podía satisfacer el deseo femenino mostraba tanto una incomprensión hacia la libido femenina como la frustración sexual de los sacerdotes. Éstos proyectaban sus deseos obscenos y reprimidos en las morbosas descripciones del aquelarre. El macho cabrío no era más que el sátiro de la mitología grecolatina adornado por los teólogos con algo de las bestias del Apocalipsis. Los ecologistas vieron en la brujería la comunión con la naturaleza y un modelo armónico de desarrollo que se dio en ciertos medios húmedos, boscosos y cársticos. El revival pagano de fines de milenio se complació en descubrir en el aquelarre la pervivencia de los viejos dioses, todavía no suplantados por el cristianismo. A veces todas estas interpretaciones aparecían juntas y revueltas.

Respecto a la brujería vasca, las preguntas que parecen más pertinentes son dos: ¿existió realmente? y ¿porqué las autoridades civiles y religiosas comenzaron su persecución en el siglo XVI? Hemos visto que los juicios anteriores sólo significaban la habitual búsqueda sangrienta del chivo expiatorio en situaciones de crisis y que el papel de las autoridades se limitaba a su canalización.

No parece que existiese brujería en Vasconia. No hay noticias anteriores al final de la Edad Media. No se encuentran referencias a la brujería en las fuentes clásicas. De los vascos únicamente se dice que eran buenos augures e interpretaban el vuelo de las aves (3). La etimología apunta en esa misma dirección. Sólo existe lo que tiene nombre. ¿Qué término vasco designaba a la brujería? Ninguno. Las palabras sorkeriak (del francés sorcieres) y ponzoiniak (la ponzoña castellana) son tan foráneas al eusquera como el término mar al griego antiguo. La misma palabra aquelarre (que proviene de aker, macho cabrío) no es más que un neologismo que apareció hacia el 1600. Hasta ese momento los términos utilizados para las reuniones nocturnas de los brujos eran sabbats y conventículos, de origen foráneo. La imagen y la misma denominación del aquelarre no son más que una creación de las clases dirigentes, que proporcionaron una representación invertida y morbosa del ideal del estado moderno - la sumisión absoluta al demonio/rey - trufada de imágenes sacadas de un subconsciente delirante: incesto, canibalismo, lujuria y todo tipo de prácticas aberrantes.

Desde un punto de vista etnológico, la idea del aquelarre es ajena a la cultura vasca. Todos los animales, seres y actividades que moran en la noche son negativos y están vedados a las personas. Las únicas actividades lícitas al ponerse el sol son intramuros y están muy regladas. Es cierto que si viajamos por la geografía vasca hallaremos numerosos topónimos que hacen referencia a un pasado brujeril (pozo de las brujas, agujero de las brujas, puente del diablo...). Pero ninguno de estos nombres estaba allí en el siglo XVII. Todos son fruto del romanticismo decimonónico o de los esfuerzos de las oficinas de desarrollo rural del siglo XXI (5). La legislación local, extremadamente minuciosa – establece las penas para quien agüe el vino o corte un árbol – tampoco cita la brujería.

Esculapio0
31-10-2012 20:14

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Esto... ¿Y haber puesto un enlace?

P.S.- Zugarramurdi mola un trozo.

Buscaglia
01-11-2012 10:57

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Tal como dijo Esculapio0:

Esto... ¿Y haber puesto un enlace?

P.S.- Zugarramurdi mola un trozo.

"Historia 16", también legendaria, era una revista en papel, de la Transición y que aguantó hasta el Segundo Milenio. Fue un fenómeno mediático, ¡llegó a tirar 100.000 ejemplares mensuales! Pero no tenía "versión on line", así que toca transcribir.

Pues actualmente Alex de la Iglesia rueda "Zugarramurdi" en Zugarramurdi (y Madrid).

Buscaglia
02-11-2012 11:52

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Seguimos...

"Si no existía una brujería autóctona, ¿por qué perseguirla? La principal razón es política y reside en el proceso de constitución del estado moderno. La caza de brujas fue una de las principales metamorfosis que llevó a la sociedad del medievo hasta la sociedad moderna. Es la cara oscura de la modernidad. La brujomanía – que sólo se produce en grupos con disentimientos internos en contextos de cambio y crisis ideológica – permitía destruir los tradicionales lazos de solidaridad comunitarios y sustituirlos por otros de sumisión hacia las autoridades civiles y religiosas. La brujería fue un cajón de sastre donde solucionar algunos de los problemas que conllevaba la formación del estado. Estos fueron diferentes en cada país: la imposición del calvinismo en Escocia, la adopción del centralismo en Francia, la instauración del sistema foral en las Vascongadas... La marca de la bruja servirá para despachar a quien no encaje en el nuevo sistema.

La caza de brujas en el norte de Navarra fue una demostración de fuerza frente a los partidarios de los Labrit. Este reino, tierra fronteriza entre dos poderosos estados emergentes, había sido conquistado y anexionado por Fernando el Católico en 1512-1515. La purga se producía en una frontera tras la cual los Labrit y la monarquía francesa reunían fuerzas para recobrar el país. Los principales procesos de brujas se desarrollaron en regiones fronterizas en litigio: Labourd, Franco Condado, Saboya, Rhin, Baviera... En la Península Ibérica se persiguió a las brujas en Cataluña, Navarra y Guipúzcoa. Los procesos inquisitoriales eran un mecanismo muy eficaz para consolidar el poder estatal en regiones estratégicas.

Con frecuencia se acusaba a los extranjeros de haber introducido el mal. El miedo al extraño era otra útil medida para circunscribir los movimientos de la población al ámbito estatal y fijar las fronteras. ¡Que diferente del abierto concepto medieval, cuando en una ciudad como San Sebastián el lenguaje coloquial era el eusquera, el castellano, el gascón, el francés y, en algunas calles, el alemán! Pero la modernidad iba en otra dirección. El mayor cazabrujas francés, Pierres de Lancre, lo exponía bien claro: ¿Qué malos súbditos eran éstos del Labourd, que hablaban mejor el eusquera y el castellano que el francés? Cuando unas mujeres escaparon de su persecución y se refugiaron en Fuenterrabía, también allí las acusaron. Porque la frontera era la línea que separaba el bien del mal. Y que mejor para impermeabilizarla que imponer la desconfianza hacia todo lo que procediera del otro lado. Ya advertía Lope de Isasti, uno de los más vehementes defensores del sistema foral, que la brujería había sido introducida en Guipúzcoa por los franceses.

A esta cuestión de fondo se sumaban muchas otras. Una vertiente de la brujomanía era su implicación foral. Para este ventajoso sistema político-jurídico, piedra angular de la organización de las Vascongadas y del norte de Navarra, la brujería tenía consecuencias demoledoras. Los vascos son nobles e iguales a consecuencia de que nunca han sido idólatras - ¡ni siquiera antes de Cristo! – ni se mezclaron con sangre impura de moros, judíos, herejes e idólatras. La doctrina oficial afirmaba que no existían en Guipúzcoa brujas ni herejes, por lo menos entre los naturales y originarios de ella. ¿Iba a permitirse a los brujos destruir el fundamento que hacía de la sociedad vasca un cuerpo de nobles?

Una segunda implicación emanaba de la posibilidad de incoar procesos por brujería. A lo largo del XVI, sin renunciar formalmente al igualitarismo, un pequeño grupo de vascos, los cargohabientes, se hicieron con todas las rentas que emanaban del poder. Apartaron a sus vecinos, teóricamente iguales, estableciendo ciertas condiciones para acceder a la función pública: conocer el castellano o el francés, saber leer y escribir, disponer de determinada renta... Esto causó una tensión que expresaban en los concejos abiertos los elementos antisociales. No había forma de evitarlo porque el habeas corpus derivado del sistema foral amparaba a todos los vascos. Pero la brujería justificaba un estado de excepción que permitió a las autoridades saltarse las trabas legales e iniciar procesos basados en anónimos, utilizar la tortura en los interrogatorios... Los inadaptados - es decir, los que no quisieron aceptar impasibles este proceso - debían andarse con cuidado. Tanto las autoridades civiles como la Iglesia captaron el poder que la brujería ponía en sus manos. El abad de Urdax, con disputas legales con los vecinos de Zugarramurdi, vio en las denuncias de María la solución de sus problemas.

A estas cuestiones se sumaba el conflicto por el poder entre los nobles rurales y las villas, entre el mundo campesino y el urbano. También aquí la brujería va a ser un arma arrojadiza. Cuando las villas pidieron a Enrique IV de Castilla que estableciese un tribunal inquisidor o concediese facultades a los alcaldes contra esas brujas que raptan personas, queman cosechas y ferrerías, ¿acaso no estaban hablando de la aristocracia banderiza? Las autoridades forales de Guipúzcoa y Vizcaya solicitaban periódicamente a la Inquisición que iniciase la caza de brujas por las aldeas del interior. Pero el Santo Oficio evaluaba que el principal enemigo para el catolicismo radicaba en los calvinistas que desde Bayona y San Juan de Luz pasaban a las villas costeras. Y también en el espíritu mercantil de los corsarios vascos, que vendían al mejor postor los libros luteranos que capturaban en sus campañas. ¿Qué mejor para evitar la caza del hereje en San Sebastián, Deva o Fuenterrabía – con gran daño de las relaciones comerciales y de las clientelas - que lanzar a los inquisidores contra los campesinos analfabetos del interior? En 1555, ante la inhibición del Santo Oficio, fue la misma autoridad vizcaína la que encausó a una familia en Ceberio. En Baja Navarra y el Labourd sucedía lo mismo: cuando las clases populares pidieron reformas, los principales linajes de la región escribieron a Enrique IV hablando de brujería. Brujas, calvinistas y descontentos, todos cabían en el mismo saco. En 1607 la Baja Navarra se unía a los demás reinos de Francia y poco después llegaban los cazabrujas.

¿ Y las autoridades religiosas? La Iglesia medieval había negado y condenaba como superstición la creencia en las brujas y había dejado la persecución en manos de las autoridades civiles. La Iglesia renacentista iba a cambiar de actitud. Quizá fue la hecatombe de la peste negra quien rompió la sociedad y los valores tradicionales, dejando al pueblo cristiano sin certezas y a la búsqueda de un antagonista - judíos, demonios, agotes, brujas... –, el culpable último de tanto sufrimiento sin sentido. Una paranoia colectiva hizo ver que el enemigo estaba en casa, que había ladrones en el templo. La existencia de ese supuesto enemigo común proporcionó grandes dividendos a la Iglesia. No es casual que la institución desprestigiada del siglo XV evolucionase hasta convertirse en el referente omnipotente de la sociedad vasca. Jesuitas y franciscanos serán los nuevos héroes y los verdaderos amos del medio rural, provocando un fenómeno de ultracatolicismo que explotará en las guerras carlistas. Ellos explicaron a los campesinos qué eran las brujas e impusieron la pena de excomunión a quien no creyera en ellas.

Notas:

(1) Los agotes eran habitantes de los valles pirenaicos de Navarra a quienes se consideraba socialmente inferiores, supuestos descendientes de visigodos arrianos, moros o judíos. Eran sospechosos de brujería, herejía y de transmitir enfermedades como la lepra. La costumbre prohibía el trato y el matrimonio con ellos.

(2) Además de las brujas, también los homosexuales eran quemados. En el primer cuarto del siglo XVI por los menos cinco personas, entre ellos dos cristianos nuevos, fueron a la pira en Navarra "por el pecado nefandísimo después de que confesaran bajo el tormento del agua que por tentación del Diablo participaron como hombre con muger".

(3) El bando nobiliario navarro favorable a la alianza con Castilla.

(4) De hecho, la palabra vasca para felicidad, "zorion", significa "buenos pájaros".

(5) Hoy en día podemos disfrutar de variadas actividades culturales en la espectacular cueva del aquelarre de Zugarramurdi.

Bibliografía:

AZURMENDI, Mikel: Nombrar. Embrujar.-

MARTÍNEZ GORRIARÁN, C.: Casa, provincia, rey.-

HENNINGSEN, G.: El abogado de brujas. Brujería vasca e Inquisición española.-

IDOATE, F.: La brujería en Navarra.-

Brujería y esoterismo. Cursos de Verano de la Universidad del País Vasco. 1995

Solomon Kane
02-11-2012 12:19

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La leche! Gracias Buscaglia, esto es muy interesante.

Entropía Bibliotecario
02-11-2012 13:20

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Tal como dijo Buscaglia:

"Historia 16", también legendaria, era una revista en papel, de la Transición y que aguantó hasta el Segundo Milenio. Fue un fenómeno mediático, ¡llegó a tirar 100.000 ejemplares mensuales! Pero no tenía "versión on line", así que toca transcribir.

He caído en que yo tengo unas cuantas Historia 16, incluyendo varios especiales del medievo, pero parece que ninguna con artículos tuyos .

Saludos,

Entro

Buscaglia
02-11-2012 14:03

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Me alegro que os guste.

Pero en temas de terror, solo me queda un artículo que escribí sobre "El monstruo de Guevaduan", ya sabéis, la historia real que dio lugar a la enorme película "El pacto de los lobos".

Yo escribí para Historia 16 decenas y decenas de artículos. Pero ya en los últimos años de la revista, cuando los "primeros plumas" (Caro Baroja, Javier Tussell...) se habían muerto o desertado a la competencia, que era "La Aventura de la Historia".

berger
02-11-2012 15:07

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Tal como dijo Buscaglia:

Me alegro que os guste.

Y tanto que gusta!

Y por cierto, ya tienes demasiada "entidad" en Leyenda.net como para seguir sin ávatar!

Gorgo Héroe Bibliotecario
02-11-2012 15:34

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Tal como dijo Buscaglia:

La brujería fue un cajón de sastre donde solucionar algunos de los problemas que conllevaba la formación del estado.

Una paranoia colectiva hizo ver que el enemigo estaba en casa, que había ladrones en el templo. La existencia de ese supuesto enemigo común proporcionó grandes dividendos a la Iglesia

Eso mismo pienso yo.

Tal como dijo Buscaglia:

Respecto a la brujería vasca, las preguntas que parecen más pertinentes son dos: ¿existió realmente?

La pregunta es: ¿Existe en la actualidad?

g.

Buscaglia
02-11-2012 17:23

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Berger, resulta que no tengo ninguna imagen que me guste por debajo de 100x100, así que no he conseguido poner el avatar. Sigo en ello pero tardaría menos en salir de un laberinto que cambiar las dimensiones de una imagen. ¡Soy de los que, en lugar de escaner, utilizan tijeras y pegamento para añadir imágenes! No te digo lo que se ríen los alumnos.

La brujería vasca no sé si existe actualmente (Bueno, sí, el pasado invierno, en un día de tormenta con las calles vacías, al salir de una esquina se empotró contra mí una conocida bruja y vidente vasca. Pensé ¡vaya bruja de los...!). Pero en el buzón de mi casa regularmente deja su publicidad un hechicero africano que cura desde las migrañas a la impotencia, fabrica filtros de amor y hace que se aprueben las oposiciones.

Cuando la religión pierde espacio, como la gente necesita creer, aumenta la magia. Pero la de ahora es una magia no emparentada con la tradicional. Ya nadie deja en una encrucijada dos gallinas y enciende un fuego para obtener temporalmente las potencias del Averno (si el fuego se apagaba antes de que terminases el conjuro, el Diablo venía y te llevaba).

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