Aun ahora, al escribir estas palabras, después de transcurrido tanto tiempo desde los terribles acontecimientos de aquella noche, siento de nuevo el horror que se apoderó de mí al enfrentarme por vez primera con lo desconocido, consciente de mi pequeñez e impotencia frente a la inmensidad cósmica. En ese momento comprendí que lo que había leído en aquel libro prohibido de la biblioteca universitaria no era un fárrago de supersticiones, sino la clave de unos misterios insospechados para la ciencia, y mucho, muchísimo más antiguos que el género humano. No me atreví a imaginar lo que el viejo hechicero Potter había hecho bajar del firmamento.