¿Y qué le sucedió a Wilmarth en la montañosa comarca de Vermont cuando, en el curso de sus investigaciones acerca de los cultos a los Arcaicos, se acercó demasiado a la verdad? ¿Y qué fue de todos los escritores que habían tomado el asunto como pura ficción —Lovecraft, Howard, Barlow—, o lo habían enfocado de forma científica —como Fort—, cuando se hallaban a punto de desvelar el misterio? Murieron. Murieron, o desaparecieron como Wilmarth. Y casi todos de muerte prematura, cuando todavía eran jóvenes. Mi tío tenía sus obras, aunque de todos ellos, sólo Lovecraft y Fort las habían publicado en forma de libro. Los leí, y lo que decían me inquietó aún más, porque me pareció que las fantasías de H. P. Lovecraft se hallaban tan cerca de la verdad como los hechos —tan inexplicables para la ciencia— recogidos por Charles Fort. Aunque los relatos de Lovecraft fueran fantasías, se ceñían a los hechos —aun rechazando los recopilados por Fort— que subyacen bajo las creencias del género humano. En sí mismos, estos relatos eran cuasi-míticos, como el destino final de su autor, cuya muerte prematura llegó a suscitar infinidad de leyendas que dificultaban aún más la tarea de esclarecer la verdad desnuda.