Misterios y crímenes victorianos

En fin, que mejor dimito.

Ocurrió a finales del XIX. Un falso cura y una secta embaucaron a varios vecinos de Tolox, que protagonizaron un oscuro ritual que aún se recuerda. Se les conoce desde entonces como los iluminados

TEXTO: J. J. BUIZA / FOTOS: SUR / MÁLAGA

VILLA. Fotografía antigua de Tolox, donde se recuerda con cierta vergüenza lo sucedido.

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Escándalos e hipnosis despertaron el interés en un juicio sonado

UNA fría noche de marzo de 1886, una veintena de habitantes de la villa de Tolox, los más humildes del pueblo, creyeron que había llegado el fin del mundo. Inmersos en una locura colectiva, se reunieron en un paraje de una pobre aldea en el río Verde y, casi de forma espontánea, iniciaron un extraña ceremonia. Primero se desnudaron. Después, prendieron fuego a sus chozas y formaron una hoguera con sus pertenencias. El ritual se hizo cada vez más violento y acabaron lanzando al fuego a una manada de cerdos y agrediéndose entre ellos con un cuchillo en un intento de suicidio colectivo.

Tan estrafalario suceso se saldaría finalmente con varios heridos, un célebre juicio y un escándalo sonado que en aquella época despertó el interés de los medios de comunicación de todo el país. A lo largo de todos estos años, los vecinos de Tolox han corrido un velo sobre el acontecimiento. Es una historia que todos conocen, pero que normalmente rehúsan comentar con rubor.

Los iluminados de Tolox, así se les conoce, pasaron a la historia de la crónica negra de España como locos o fanáticos religiosos que pusieron en el punto de mira de la opinión pública a este pequeño pueblo de la sierra de las Nieves. Su historia ha sido ahora recogida por el escritor José Manuel Frías, quien trata de aportar un nuevo enfoque en su libro 'Las cuatro columnas'. «Fueron personas humildes y engañadas que se dejaron llevar por su fe en Dios y por su deseo de hacer bien las cosas», explica Frías.

Para él, en el mismo juicio, que llegó a ser editado por el abogado Manuel Pérez Malpica en un libro famoso en la época, se llegan a citar los nombres de los verdaderos culpables. Asegura que la progresiva fanatización sólo puede entenderse a través de una trama urdida por una banda de estafadores cuya única pretensión era lucrarse a base de donativos, y a la cabeza de la cual estaban un falso cura, el padre José, y su cómplice, una vecina del barrio del Perchel, Teresita Villatoros, conocida como 'la Santa'.

Mentiras y embaucadores

Durante el proceso, del que el libro publica algunos extractos, los interrogatorios entre abogados y testigos aluden a la llegada del padre José (del que se constata que estuvo preso en Granada) y a la creación de una secta en el pueblo conocida como Las Cuatro Columnas, vinculada al falso sacerdote, que imponía penitencias y castigos a los vecinos según las cartas que les dirigía desde Málaga Teresita Villatoros. «Pero nunca se investigó a estos personajes», comenta Frías.

En su investigación, hace una reconstrucción de los hechos basada en los testimonios del juicio y en entrevistas con los vecinos más ancianos. Todo comenzó cuando el padre José recaló en Tolox augurando la inminente llegada del fin del mundo. Pronto, logró embaucar a cuatro mujeres del pueblo para que encabezaran el movimiento de Las Cuatro Columnas, con el que predicarían la penitencia como única vía para salvarse del infierno. En pocos días, convencieron a decenas de lugareños para que acudieran a sus sesiones. Una mañana, uno de los habituales a aquellas reuniones, Miguel Soto Martín, el 'Pilonso', se encontraba labrando en el campo cuando se le apareció una joven que le dijo ser la Virgen María (más tarde, en el juicio, el propio 'Pilonso' reconocería que la mujer se parecía a la hija de Isabel Gallardo, una de las líderes de Las Cuatro Columnas). La supuesta Virgen le mandó ir a buscar a una de las personas más adineradas del pueblo, José del Río, y pedirle un valioso reloj para ir a rezar hasta el cementerio por el alma de su hijo recién fallecido.

El rico cacique se mostró ofendido y el 'Pilonso', acompañado por varios vecinos, se dirigió hasta el camposanto y protagonizaron un primer ritual que hizo creer al resto de toloxeños que se encontraban embrujados. Los habitantes culparon directamente al recién llegado padre José y le apedrearon, obligándole a refugiarse en el paraje del río Verde. Allí permaneció unos días hasta que encargó una nueva ceremonia. «Su idea era que la gente acabara despojándose de sus pertenencias, pero la cosa se le fue de las manos», relata Frías.

El falso cura nunca pudo imaginar el estado de trance en el que entrarían los allí congregados y los violentos actos que se sucedieron. Realmente, pensaban que llegaba el fin del mundo. Cuando la Guardia Civil llegó a la mañana siguiente y presenció el dantesco espectáculo, el sacerdote ya estaba lejos. Los toloxeños nunca volvieron a saber de él.

Los protagonistas de aquellos hechos fueron ajusticiados y se convirtieron en la vergüenza del pueblo. La mayoría fueron sentenciados a penas leves por delito de lesiones y escándalo público, pero desde entonces fueron conocidos como los iluminados o los 'encuerichis' y las burlas cayeron sobre ellos.

«Su única culpa fue la de ser gente sin cultura», apunta José Manuel Frías. Personas sencillas que apenas sabían distinguir entre las palabras de aliento y las palabras de un lobo disfrazado de cordero.