Unas criaturas negras, toscas y espantosas, de piel suave y grasienta como la de las ballenas, con unos cuernos desagradables, curvados hacia adentro, y sigilosas alas de murciélago. Poseían horribles patas prensiles y estaban armados de una cola que hacían restallar de manera tan inquietante como innecesaria. Y lo peor de todo es que no hablaban ni reían jamás, ni tampoco podían esbozar una sonrisa siquiera, ya que carecían totalmente de rostro.