Bulgaria

Al igual que otros países de su entorno, Bulgaria recuperó su existencia como estado (aunque no totalmente independiente) a raíz de las luchas entre rusos y otomanos, en su caso a partir de 1878, cuando se instaura una monarquía constitucional (cuyo rey se conoce como "zar"). En 1908 se certifica su separación del declinante Imperio Otomano.

El momento álgido de la expansión del nuevo reino se produjo tras la primera guerra de los Balcanes, en 1913. Sin embargo, las derrotas en la segunda guerra balcánica (a partir de la cual Bulgaria cortó sus lazos con Rusia) y, sobre todo, en la Primera Guerra Mundial (donde se alió con las potencias centrales, en contra de sus vecinos balcánicos), conllevaron importantes pérdidas territoriales (Macedonia, los puertos al Egeo) en favor de Yugoslavia, Grecia y Rumanía, certificadas por el Tratado de Neuilly, además de un importante influjo de inmigrantes búlgaros provenientes de los territorios perdidos. Esto provocó una política aislacionista, proclive al revisionismo y con un fuerte movimiento nacionalista en pro de la recuperación de Macedonia (curiosamente la relación con la antigua metrópoli, Turquía, fue buena, sobre todo a partir de la revolución turca, y las políticas búlgaras referentes a las minorías étnicas muy moderadas).

La derrota en la Gran Guerra agravó la situación social de un país eminentemente agrícola, castigado por el esfuerzo bélico y ahora además por las sanciones que debía pagar a Yugoslavia y Rumanía. Para contrarrestar las presiones del ejército, de las organizaciones paramilitares y del propio rey, el gobierno búlgaro (perteneciente al partido agrario) estableció lazos con la URSS y los partidos comunistas búlgaros. La consecuencia fue el cruento golpe de estado de 1923, apoyado por la corona, y la posterior instauración de un gobierno autoritario que reprimió violentamente a los opositores (sobre todo a raíz de los ataques comunistas entre 1923 y 1925). Hacia el final de la década el rey pudo hacerse con una mayor cuota de poder, lo que suavizó la represión gubernamental y permitió dictar varias amnistías (por ejemplo, el partido agrario fue legalizado de nuevo), pero la Gran Depresión derribó las posibilidades de alcanzar una verdadera democracia.

Los viajeros que visiten Bulgaria en esta década se encontrarán con un país de pequeñas explotaciones agrarias apenas rentables, en el que ni un diez por ciento de los pueblos cuentan con electricidad, pero de gentes amantes de la música y la cultura. El gobierno, endeudado, fue incapaz de llevar a cabo una reforma agraria de entidad, por lo que en los años 30 el país sigue siendo prácticamente igual que diez años atrás. Por otro lado, la educación era de una calidad desconocida en su entorno.

Sofía, años 30.

Sofía

Sofía es una antigua ciudad que data al menos de la época de Alejandro Magno, pero no fue capital propiamente dicha hasta la proclamación de la independencia, en 1879, época en la que perdió definitivamente su antiguo nombre de Sredets.

En ese momento la ciudad apenas contaba con 11.000 habitantes, pero a partir entonces vivió un espectacular crecimiento demográfico y urbanístico, marcado por un estilo arquitectónico similar al austriaco, y a comienzos de los años 20 su población alcanzaba ya los 160.000. Poseía una amplia comunidad judía, que había crecido con refugiados del resto del antiguo Imperio Otomano.

La ciudad sufrió diversos atentados anarquistas y comunistas durante la dictadura militar, en particular el de la catedral de Sveta-Nedelya en abril de 1925. Situada en un valle y rodeada de altas montañas, Sofía tiene amplias oscilaciones térmicas.